La parte más superficial de la Tierra está formada por un mosaico de placas, a modo de un gran puzzle, que se desplazan muy lentamente unas respecto de otras. En este desplazamiento se produce un choque y una fricción en sus bordes, rompiéndose allí donde la deformación supera la resistencia de la roca. Debido a esta ruptura se genera una perturbación (ondas) que son las que constituyen el terremoto. Clásicamente se ha interpretado el origen de los terremotos como consecuencia de la lenta acumulación de esfuerzos, que tienden a desplazar la superficie de la Tierra en sentidos opuestos (figura A), deformándose la roca hasta que se supera su resistencia, en cuyo caso se rompe y libera la energía acumulada en forma de ondas (figura B), y además se desplaza una parte de ella respecto de la otra, formándose una discontinuidad entre ambos bloques o falla (figura C). Este sencillo esquema, conocido como la Teoría del rebote elástico, se elaboró a partir de observaciones hechas tras el terremoto que en 1906 asoló la ciudad de San Francisco (USA).